En 1940, los padres de Lola decidieron educarla en casa. La niña, que recibía clases de piano y cultura general, descubrió pronto que era fácil escaparse porque las sesiones comenzaban cuando ella estuviese dispuesta. Luego quiso iniciar el bachillerato pero el instituto fue un contraste tan brusco que desembocó en fracaso. Lola es mi madre. Sé que guarda resentimiento por las puertas que sus padres le cerraron, por los aprendizajes sociales que hubiera necesitado y por la burbuja irreal que le deparó después tantos encontronazos con la vida. Hoy retorna esta manera de educar, envuelta en papel de regalo y denominada homeschooling para darle mayor brillo. En la mayor parte de los casos, constituye un retroceso profundo. La enseñanza en casa sólo es accesible para rentas y niveles culturales altos y separa a los niños de las experiencias de socialización, investigación, autoconocimiento y ética de la convivencia escolar. Quienes toman esta decisión niegan que la educación sea algo más complejo, más social, que el aprendizaje. Y luego, claro, tienen que acudir a "lugares de socialización para niños que aprenden en casa", una paradoja que cuesta comprender. Yo soy maestra, amo todo lo que la escuela puede hacer y necesito a la familia. Esa persona que entra en clase cada mañana nos necesita a ambos -familia y escuela- en perfecto equilibrio y respeto.
Carmen Guaita. (2015). Equilibrio entre familia y escuela. El mundo. (pp.1)
Esta noticia escrita por Carmen Guaita (maestra de enseñanza pública y escritora) nos hace ver la importancia del equilibrio entre las familias y la escuela a través de un ejemplo cercano para ella. Esto es necesario ya que ambos contextos comparten el objetivo del desarrollo integral del niño, el proceso de subjetivación y también la socialización (con los iguales, con adultos y con el entorno). Además, al ser maestra resalta la necesidad de colaboración y participación de la familia.
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